En Cuba la situación ha
llegado al limite que, como dice mi madre, la gente le ha perdido el
amor a la vida y el respeto a los muertos. Empezando por el sistema
burocrático con el que convivimos o sobrevivimos. Un funeral en Cuba
es lo más deprimente que hay. Para empezar solo tenemos 24 horas
para reunir a la familia, velar al muerto y enterrarlo.
Después de la visita del Papa
Juan Pablo segundo, se abrió un poco más el servicio en la iglesia
unos minutos antes del entierro, y el cura está apurado, porque
tiene unos cuantos sermones fúnebres que dar al día. Me imagino que
exceptuando por el nombre no cambia nada en su discurso. El edificio
más horrible de Cuba es la funeraria, tiene varios salones, y por
dentro son de mármol gris. Cada salón está dotado de balancines
de aluminio y plástico, lo más incomodo en lo que se puede sentar
uno a llorar a su muerto. Lo peor es que por las 24 horas uno está
ahí; tratando de aceptar la realidad; vienen a visitar todo tipo de
personas. Los curiosos, los parientes que nunca se acordaron del
muerto cuando estaba vivo, y la llorona. Todo funeral tiene una
llorona, que se para delante del muerto y lo mira a través del
cristal y grita: ¡Ay! ¡que desgracia! ¡Tan joven! ¡Tan buena
gente que era! ¡Mira, si parece que esta dormido! ¡Es como si en
cualquier momento se fuera a despertar! O el típico llanto de: ¿Por
qué? ¿Por qué? ¿Por qué me hiciste ésto? Por suerte siempre
aparece quien controle a la llorona. Yo llegue a creer que alguien
les pagaba para que hicieran el papelazo. Pero esa no es la peor
parte. La visita que llega para enterarse del chisme. Desde un rincón
miran a todo el mundo en la sala y comentan: Ay, pero que demacrado
estaba el (la) difunto (a)... Viste la (el) viuda(o), no ha echado ni
una lágrima. Niña, si dicen que ya ella o él tenía un
sustituto(a) Qué va a ser de esos niños, mira que un padrastro no
es nada bueno... Y diez mil versiones de por lo mataron. Y estos
salones tienen mejor acústica que el teatro nacional. Cuántas veces
tiene que escuchar la familia esa fría frase: “lo siento”. A
veces yo les preguntaría: ¿qué es lo que siente?
Y en el cementerio, los
sepultureros están tan apurados en poner en poner el lastimoso ataúd
en el hueco, que muchas veces ni esperan a que todo el mundo haya
llegado. Solo falta que nos cierren la fría tapa de cemento en la
cara. Nadie dice nada. La gente da la espalda y se va, como zombies
de regreso a su rutina de supervivencia. La viuda, la madre, los
hijos; regresan a sus casas a llorar en silencio contra la pared.
Después de lo que les cuento
se imaginaran que los funerales no se me dan muy bien. Pero cuando se
trata de acompañar a un amigo en su perdida, qué vamos a hacer.
Para mi sorpresa el primer servicio al que asistí en Estados Unidos
fue en una Iglesia. En la entrada, la familia puso fotos de la madre
en diferentes etapas de su vida, todas la tomas eran bellas; un libro
de firmas y el álbum con las fotos de su último cumpleaños. Desde
el pasillo se escuchaba el piano y en el centro de la Iglesia, el
ataúd, que parecía una cajita de música, con un bello ramo de
lirios blancos encima. El lugar no podía sentirse más acogedor.
Cuando el servicio comenzó,
puedo jurar que sentí que estaba en un set de Hollywood, porque ya
había visto algo tan especial y perfecto en una comedia sentimental.
La familia entró en orden con el cántico del coro, al que yo me
sumé tarareando, porque no conocía la letra. Después del primer
sermón del pastor, vino un coro de campanas. Cerré los ojos y en mi
mente vi volar mariposas, todo era paz en el jardín donde el
tintineo de las campanas se producía por millones de alas de
colores; Seguía una plegaria, que si mal no recuerdo era 1ra de
Corintios 13, uno de mis versos favoritos de la biblia.
Lo más bonito de este funeral:
que yo le pondría otro nombre, porque servicio tampoco es el nombre
apropiado; fue ver a toda una familia reunida, la diversidad colmaba
la vista, los hijos, los esposos, nietos y bisnietos. Sus atuendos
no podían ser mas elegantes o mostrar más respeto, me recordó otra
de esas películas que vi muchas veces porque me impresionó tanto:
La bella mafia. Pero en este caso no había nada de Mafia, se trataba
solo del tiempo, de los recuerdos y de la unión. Ellos prepararon
todo con mucho detalle, la música que su mamá prefería, hablaron
de todas las cosas lindas que ella sembró dentro de ellos. Le
dijeron gracias, mamá. Y cantaron en coro, acompañado por un
violín. Hubo lágrimas y risas. El final el pastor habló con mucha
sencillez, de los pocos minutos que compartió con ella.
Cada uno de los hijos tomó un
lirio blanco, y salió a paso firme detrás de los dos hombres que se
llevaban en solemne paso el ataúd. Los invitados salimos después y
tuvimos tiempo suficiente para intercambiar saludos con aquellos que
no habíamos visto antes de la ceremonia. Luego se forma la fila de
autos, la policía detiene el trafico y todos llegamos juntos al
cementerio, donde había una tienda y sillas sobre una alfombra
verde. Una breve plegaria, los lirios fueron depositados sobre la
madera, abrazos, luego risas. Luego pudimos hablar con la familia,
comentarles cuan bonito había quedado la despedida de su madre.
Ellos se iban a reunir y celebrar juntos la vida de su madre.
Nosotros caminamos junto a otros amigos, después que vimos a toda la
familia partir. Esa noche yo celebré por los míos, con un martini
y lágrimas alivio.
AnechyNotes