Una breve introducción:
El año pasado me inscribí para participar en un concurso internacional llamado: Cada loco con su tema. Fue la primera vez que me atreví a enviar un cuento a la guillotina, la de verdad. Mi premio especial fue ser publicada por primera vez por el grupo editorial Benma, en México. Y sin más, ahí les va, que los discursos no se me dan muy bien.
Cover |
Lluvia menuda
Un
paraguas en medio de la ciudad. Rojo, con una catedral pintada, dibujando el
asfalto que es mirado desde el cielo. Dos paraguas que se encuentran, son
pequeñas setas en un bosque de cemento evitando que el cielo llore sobre un
pequeño espacio de suelo. Son tres paraguas los que hacen una escalera para
tocar las nubes; y cuatro, una plataforma para cantar: “¡qué llueva!”. Un mar
de paraguas ondula por las calles y sobre él navegan partículas de agua.
Llueven los paraguas abiertos. Una ola de ellos atropella rostros, arranca
ojos, hiere la sensibilidad de otros paraguas. En esta ciudad llueve, llueve un
sol que parte piedras, llueven las palabras obscenas, las gotas de sudor, los
abanicos, los pañuelos, las gentes con paraguas aplastando el suelo.
Un
paraguas rojo en medio de la ciudad, con una catedral pintada, se confunde
entre tantos. Se cansa de ser siempre el mismo. Y busca entre la multitud de
semejantes, otros que como él, imiten obras de arte. Sólo ve la ola, el
tsunami, el maremoto de paraguas que caminan a su lado empujados por manos.
Entonces piensa: “puede haber muchos iguales, pero diferente son las manos”.
Hay manos de todos los colores, más variados que colores de paraguas.
Indiscutiblemente se enamora de las manos, quiere verlas todas, ser tocado por
ellas y cobijarlas bajo su sombra. Pero la mano que lo sostiene le aprieta muy
fuerte.
Existe
el viento. Los paraguas odian al viento: el viento de lluvia, de cuaresma, los
monzones, oceánicos, incluso a los molinos de viento. Es por el viento que
mueren muchos paraguas. Éste, no tiene miedo, no le importa arriesgar todo por
un sueño. Llega el viento y el paraguas se inclina. El viento sólo se puede
atrapar con un paraguas. Vuela uno, el rojo con una catedral pintada. Puede
ver sus manos que se alzan hacia él
como polluelos. ¿Quién ha visto un paraguas libre? ¿Un paraguas sin dueño?
Desde
el cielo puede verlo todo; el mar de setas artificiales en el bosque de cemento.
“¡En este país viven muchos paraguas!” Pero él sólo quiere ver manos, no las
suyas, sino las miles de millones que hay en el mundo; que son como paraguas
pero sin tela, ni catedrales. El viento lo empuja lejos. Luego cambia, porque
es así de loco, variable y jovial. ¿Qué hace un paraguas cuando termina de
volar? Cae. “Acaso soy tan hermoso”. Piensa el tonto al ver miles de manos
alzarse en pos de él. Lo mágico e increíble son las manos robustas que lo
atrapan. Limpias, con dedos largos, unos callos muy bién esculpidos. Manos de
amante, con surcos, poros, pelos, uñas. ¡Son las manos más grandes del mundo!
Sin más, se cierra para tocarlas.
De
pronto, entre paraguas que miran esa escena tan alocada; se asoman aquellas
manos pequeñas, de papelito, cristal o lana; donde siempre había estado. Manos
presente, manos pasado se encuentran y abren sus paraguas que miran asustados.
Un
paraguas rojo y uno transparente caminan por la ciudad tomados de las manos.
AnechyNotes