Friday, September 20, 2013

Lluvia menuda

Una breve introducción:
El año pasado me inscribí para participar en un concurso internacional llamado: Cada loco con su tema. Fue la primera vez que me atreví a enviar un cuento a la guillotina, la de verdad. Mi premio especial fue ser publicada por primera vez por el grupo editorial Benma, en México. Y sin más, ahí les va, que los discursos no se me dan muy bien.


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Lluvia menuda
Un paraguas en medio de la ciudad. Rojo, con una catedral pintada, dibujando el asfalto que es mirado desde el cielo. Dos paraguas que se encuentran, son pequeñas setas en un bosque de cemento evitando que el cielo llore sobre un pequeño espacio de suelo. Son tres paraguas los que hacen una escalera para tocar las nubes; y cuatro, una plataforma para cantar: “¡qué llueva!”. Un mar de paraguas ondula por las calles y sobre él navegan partículas de agua. Llueven los paraguas abiertos. Una ola de ellos atropella rostros, arranca ojos, hiere la sensibilidad de otros paraguas. En esta ciudad llueve, llueve un sol que parte piedras, llueven las palabras obscenas, las gotas de sudor, los abanicos, los pañuelos, las gentes con paraguas aplastando el suelo.
Un paraguas rojo en medio de la ciudad, con una catedral pintada, se confunde entre tantos. Se cansa de ser siempre el mismo. Y busca entre la multitud de semejantes, otros que como él, imiten obras de arte. Sólo ve la ola, el tsunami, el maremoto de paraguas que caminan a su lado empujados por manos. Entonces piensa: “puede haber muchos iguales, pero diferente son las manos”. Hay manos de todos los colores, más variados que colores de paraguas. Indiscutiblemente se enamora de las manos, quiere verlas todas, ser tocado por ellas y cobijarlas bajo su sombra. Pero la mano que lo sostiene le aprieta muy fuerte.
Existe el viento. Los paraguas odian al viento: el viento de lluvia, de cuaresma, los monzones, oceánicos, incluso a los molinos de viento. Es por el viento que mueren muchos paraguas. Éste, no tiene miedo, no le importa arriesgar todo por un sueño. Llega el viento y el paraguas se inclina. El viento sólo se puede atrapar con un paraguas. Vuela uno, el rojo con una catedral pintada. Puede ver   sus manos que se alzan hacia él como polluelos. ¿Quién ha visto un paraguas libre? ¿Un paraguas sin dueño?
Desde el cielo puede verlo todo; el mar de setas artificiales en el bosque de cemento. “¡En este país viven muchos paraguas!” Pero él sólo quiere ver manos, no las suyas, sino las miles de millones que hay en el mundo; que son como paraguas pero sin tela, ni catedrales. El viento lo empuja lejos. Luego cambia, porque es así de loco, variable y jovial. ¿Qué hace un paraguas cuando termina de volar? Cae. “Acaso soy tan hermoso”. Piensa el tonto al ver miles de manos alzarse en pos de él. Lo mágico e increíble son las manos robustas que lo atrapan. Limpias, con dedos largos, unos callos muy bién esculpidos. Manos de amante, con surcos, poros, pelos, uñas. ¡Son las manos más grandes del mundo! Sin más, se cierra para tocarlas.
De pronto, entre paraguas que miran esa escena tan alocada; se asoman aquellas manos pequeñas, de papelito, cristal o lana; donde siempre había estado. Manos presente, manos pasado se encuentran y abren sus paraguas que miran asustados.
Un paraguas rojo y uno transparente caminan por la ciudad tomados de las manos.
AnechyNotes